HAY una imagen que se repite, cada fin de semana, en cualquiera de los escenarios donde se disputan partidos de fútbol base. La escena muestra el siguiente decorado. Niños disfrutando de su actividad favorita, competiendo como medio de superación personal y colectiva. Entrenadores guiando el devenir de los equipos, tratando de aportar su granito de arena con indicaciones simples, correcciones necesarias y motivación continua. A todo ello, se suma un actor inesperado, pero que no suele faltar en cada uno de los terrenos de juego. Su actuación incluye órdenes contrapuestas, gestos de desaprobación e indicaciones continuas y desajustadas.
Seguro que lo han reconocido. El contraproducente figurante, responde al nombre de entrenador de banda contraria. Normalmente atiende al siguiente perfil. Padre de uno de los jóvenes futbolistas. Extremo conocedor del deporte, al menos, bajo su punto de vista. Alterado por la situación, nervioso, con ansias inmensas de victoria y, como no podía ser de otro modo, eternas dudas sobre las decisiones del técnico. El señor en cuestión, normalmente, no acudió a los cursos de formación de entrenadores pero, su alta autoestima, le concede la virtud del conocimiento por talento innato. Una vez desarrollado el papel, como cualquier otro intérprete, debe someterse a la crítica y valoración de su actuación.
Lo resumiremos en dos posibles consecuencias. La más fácil, lograr que la actividad deportiva resulte para su hijo, un auténtico calvario, que termine detestando. Aun peor que la anterior, envalentonarlo en contra de la figura del entrenador. Todo así, permítanme aconsejarles, a los que ejecutan partido tras partido este papel, el desarrollo de otro, algo más secundario. Aquel en el que los niños son los únicos y reales protagonistas. Usted, en lo que le toca, dispense similar grado de respeto por el educador deportivo, como el que seguro rinde al profesor de inglés o matemáticas. Siéntese en la grada y disfrute del espectáculo. El jugador juega y el entrenador dirige. Deje que el niño tome sus propias decisiones y permítale equivocarse. Al finalizar, felicítele por el esfuerzo y olvide el resultado. Juegue su papel.
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